En tierra magna
¡Escucha, oh Dios de la tierra magna!
Allá, donde en tu morada del corazón del hombre absorbes las plegarias de tus bienaventurados.
Concédenos el favor, acarícianos con la yema de tu dedo índice. En ese lugar sin nombre donde se halla nuestro centro, ese que nos mantiene en comunión con la vida.
Traspásanos con tu aliento.
Incendia nuestro hogar baldío para que renazca del nutriente de sus cenizas.
Y así, el recuerdo de tu Nombre convertido en Vivencia, transforme en profundidad al ser humano.
Como estrellas del firmamento depositadas con su fulgor.
Como gotas de rocío que despiertan la primavera a un nuevo día.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 18/05/2020.