Dejando que el tiempo pase
Para que la ofuscación se convierta en verdor.
Para que su frescor se diluya en el alma y así, puedan abrirse los ojos a la claridad del instante.
Para ver
cómo ondea tu melena cuando mesas los cabellos,
cómo te sonrojas cuando simplemente notas que te acaricio el corazón… con una palabra, una mirada pausada o un ademán convertido en gesto heroico… De esos que no tienes que hacer nada, solo permanecer mientras laten, sin poder negarlo ni enmascararlo… Rindiéndote definitivamente a tu esencia y bañándote en sus aguas serenas, nutriéndose y dando gracias en ese momento vivido, por esa vivencia gestada.
Escucha Alma mía. Siente la plegaria surgida suavemente, sin desgarro ni tormento. Con el estandarte alto y rojo en mis manos, aunque me encuentres postrado. Con la vista puesta en la tierra, las manos y el abanderado que ondea y ondeará siempre llamando y clamando la vida, en la fe, en la esperanza de Dios vivo.
Dejar que el tiempo pase, entreviendo siempre el sol,
detrás de esos cabellos que ondean, siempre al alba.
Siempre al sol, aunque la luna pueda a veces ser testigo del encuentro.
De planeta en planeta, de luna en luna. Siempre en dirección hacia el Sol…
Aunque el tiempo no pase.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 13/05/2018