El mar
El mar…
A veces, sentado en las arenas de la playa, miro al horizonte, sobre las aguas, y digo suavemente tu nombre…
con la ternura que envuelve tu silueta femenina, con el hálito de vida que me permite el momento…
escuchando el ligero sonido de pleamar, ensoñando y quedándome dormido.
Sentado, apoyando la mejilla y los brazos sobre las rodillas recogidas contra el pecho.
Ensoñando…
Dormido frente al mar.
Recogido sobre el lecho de arena que me trae una fragancia en el horizonte, desde más allá de los párpados que descansan, cerrados…
A veces, entreabro los ojos, queriendo despertar y, las aguas me traen el eco de un susurro…
Me llaman por mi nombre…
Me abrazan arropándome por la espalda, con un beso en la nuca, con la sal en la mirada,
y la bruma húmeda acariciándome los pies, desnudos,…
como mi alma frente al mar.
Y cuando despierto, el rumor de las aguas me trae de vuelta el eco de tu presencia, para quedarse dentro de mí, para instalarse en el corazón que me da la vida.
A mi lado.
Y yo, al tuyo.
Y ambos, susurramos suavemente frente al mar nuestros nombres…
Para que el eco se acomode definitivamente en el corazón de las olas y así nos lo recuerde, cada vez que escuchemos…
sentados,
de la mano,
en las arenas de la playa,
frente al eco de las aguas que susurre, esta vez, nuestros nombres.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 14/02/2018.