Solamar
Impregnado con esa luz que ciega la mirada pero no abrasa el alma sino que, cálida, abraza el calor regenerador, reconfortante. La mano de Dios en el pecho.
Estoy en ti, sí.
Como un calor que no quema
como un cosquilleo que burbujea y hace sonreír,
sereno, confiado.
Como la mañana con la tarde y la noche, con recuerdos y aspiraciones, cargado de brillo y de presente en esas aguas mansas, sonriendo en el rostro, riendo a carcajadas en el corazón hacia dentro, como un estallido cósmico de implosión que pasa desapercibido fuera de órbita, fuera de la frecuencia que vibra en ese radio que une el infinito…
Así,
con cada silencio,
con cada gesto que parte del corazón,
con cada lazada en forma de sutil regalo.
Así te envuelvo mientras me regalas, cómplice, tus labios
de azul Solamar.
Con cada trino que se escapa sin que no solo una palabra medie.
Ni una única mirada en el mundo. Un único latido.
No digas nada, lo has dicho todo.
La mano de Dios en el pecho.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 18/05/2018.