Volar
bien abiertas, extendidas
en la cruz de los brazos
que se sumergen en los vastos confines estrellados
sin tocar nada, pero acariciando todo aquello que se revela al corazón.
Micromundos encendidos y conectados en la intensidad de corazones que laten en una misma frecuencia, la de la sonrisa del alma,
esa que nos une, porque sí.
Da igual donde mires, qué toques, qué pienses, lo que sientas,…
porque ahí la consciencia compartida del alma se funde en un único corazón,
el manantial del que bebemos y nos da la vida.
Su recuerdo… un único respiro.
Ni tan siquiera un suspiro, el recuerdo vivo que quema en el pecho abierto,
fuego de Dios.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 25/02/2018