He visto llorar
cuando las palabras acabaron y se hizo el silencio,
cuando rompieron al viento y se rasgó la calma.
Sí, he sentido las lágrimas profundas palpitar en el hombre
como cierta es la mañana, la noche o el mediodía,
cuando el reloj da la señal,
cadencia cardíaca del desconsuelo y la desazón.
He visto llorar al hombre hasta secar el llanto,
en círculos,
espirales,
hasta que el mantra en las horas sin tiempo llegó a convertise en un mar de calma, a formar parte de él.
Lágrimas diluidas en una sonrisa, acariciada con las suaves manos del alma, en el alma.
Siempre en el alma.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 11/01/2018.