Efímeros acueductos
El propósito de la vida es similar a la función de un acueducto,
pongamos… romano.
Con el paso de esos años, los que dura nuestro viaje por La Tierra,
vamos levantando arcos y más arcos
para traer y llevar el agua vital -según nuestro cometido- a la Creación,
para nutrirla y perpetuarla.
Y toda esa construcción pequeña, pero imponente también,
apoya sobre los pilares de salida y llegada por los que transita el ser humano durante su periplo por nuestro mundo:
el nacimiento y la muerte.
Así podemos contemplarnos, por millones, como acueductos de todos los tamaños, formas, materiales constructivos. Con distintas destrezas en cada uno para levantar su propia obra,
que dura… lo que dura una vida…
Perpetuándose luego, sí, pero de manera invisible, en el recuerdo…
mientas la vida sigue su curso y se renueva pausadamente en su propia espiral de consciencia…
Prestando atención, sintiendo, comprendiendo sin saber, en la certeza de la vivencia compartida.
De la experiencia que nos permite profundizar en las cosas cotidianas para extraer una savia que no es de este mundo. Y para entregarla, sencillamente, al mundo.
© Roberto Sastre Quintano.
Madrid, 12/03/2018